Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1861-1862 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 1 de abril de 1862
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 91, 1.766 a 1.768
Tema: Presupuesto de ingresos ordinarios del Estado

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra en contra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V.S.

El Sr. SAGASTA: Ninguna votación, Sres. Diputados, me ha sorprendido tanto como la que ha tenido lugar en este momento, y no porque no haya habido en este Congreso votaciones que me hayan sorprendido; pero francamente, ninguna me ha sorprendido tanto. Mi sorpresa ha sido tan grande, que yo esperaba que la votación que ha recaído sobre el voto particular presentado por algunos individuos de la minoría progresista, iba a tener un resultado completamente contrario del que ha tenido. Pero sea de esto lo que quiera, es una verdad que el capítulo que se está discutiendo abraza una nueva contribución, una vez que la reforma del papel sellado que se combatía en el voto de la minoría encierra dos partes; la primera, que modifica la ley vigente del papel sellado, aumentando la contribución en perjuicio del contribuyente, y la segunda, que establece una nueva contribución. La primera parte se refiere a la modificación de lo que venía haciéndose relativamente al papel sellado, y la segunda introduce una novedad respecto a imponer la obligación del sello a algunos documentos que hasta ahora no lo necesitaban. En último resultado, se trata de establecer una nueva contribución; y es muy extraño, Sres. Diputados, que en el estado en que se encuentra el país, atendidas las diversas contribuciones que pesan ya sobre toda clase de riquezas, es extraño, digo, que vayamos a buscar tanto gravamen con una nueva contribución.

Todo contrato que pase de 300 rs. está sujeto a un sello, sea el que quiera; su valor importa poco. Pues bien este sello establece una contribución para las clases industriales, para las clases comerciales, para las clases propietarias, aparte de las contribuciones que ya pesan por otros conceptos sobre estas mismas clases. Y esta contribución va a ser tan onerosa, que se dará el caso de pagar doble por este concepto de lo que hasta ahora se pague. Habrá casa de comercio que por las transacciones que verifique, por los contratos que celebre, y por otra porción de circunstancias pague más del doble de lo que ahora paga. Verdad es que el Sr. Ministro de Hacienda nos decía que eso no importa. El Gobierno actual no ve en todo esto más que una manifestación de la riqueza, y allí donde la encuentra le impone una contribución, sin tener en cuenta que llegará el caso de imposibilitar toda la riqueza en el país. ¿Qué teoría es esa, que allí donde se ve una manifestación de riqueza, va el Gobierno y establece una contribución? Pues qué, la riqueza, siendo una sola, ¿no puede ser diferente en sus manifestaciones? Así sucede una cosa muy singular: introduce un comerciante por las fronteras, y dice el Sr. Ministro de Hacienda: esa es una manifestación de la riqueza, y para ella está la contribución de aduanas. Llegan los géneros a Madrid, los coloca en su tienda el comerciante, y dice el Ministro de Hacienda: una nueva manifestación de la riqueza, y de consiguiente otra contribución, la de subsidio; pero el comerciante hace transacciones para vender sus géneros, celebra contratos, otra manifestación de riqueza, y otra contribución: hace viajes para facilitar esa misma venta, otra manifestación de la riqueza, y cuarta contribución.

De modo que el Sr. Ministro de Hacienda viene haciendo con la riqueza lo que hacen los muchachos que miran los objetos al través de un cristal que tiene muchas facetas, ver los objetos multiplicados. Pues qué, ¿ese comerciante no venía pagando ya la contribución de subsidio? Pues una de dos: o era justo o no era justo lo que pagaba; si pagaba poco auméntesele la cuota; pero si era justo lo que pagaba, ¿por qué aumentar esa contribución? En último resultado, esto es lo que se hace por medio del papel de sello, y eso no es buen gobierno ni buena administración. Porque la verdad del caso es que el comerciante que tiene que poner su sello en los libros y hasta en las facturas, en vez de comprar papel común, tendrá que comprar papel de sello, y le resultará un aumento de gastos de 400 por 100, suponiendo que le cueste el papel a 4 mrs. Consideren los Sres. Diputados el aumento que tendrá la contribución de ese comerciante si da mucha extensión a sus negocios, y que ya pagaba grande contribución de subsidio. En algunos casos llegará, como antes he indicado, doble [1.766] de lo que hoy paga como subsidio, como comerciante. Esto no es justo; porque o era poco lo que pagaba antes, o si no lo era, no hay para qué aumentarle un tanto por ciento tan crecido sobre lo que anteriormente satisfacía.

Aquí lo que se hace es involucrar las contribuciones, recargar sus cuotas con la apariencia de un nuevo sistema, y aumentar más y más la falta de unidad. Dígase francamente que el Gobierno no tiene bastante para cubrir todas las necesidades del Estado, porque lo cierto es que tenemos la desgracia de que esta situación no tenga bastante para todas esas atenciones, para todos esos gastos que vienen en una continua progresión, porque esta situación es una especie de cáncer que todo lo devora. Dígase con franqueza que es menester aumentar las contribuciones del Estado, y no vayamos a establecer un nuevo impuesto bajo el pretexto del papel sellado, porque el papel sellado, como decía muy bien mi amigo el Sr. Figuerola, no es más que un medio de recaudar un impuesto; pero establecer una contribución bajo el pretexto del papel sellado para aquello en que no presta servicio alguno el Estado, es absurdo.

¿Y qué es lo que resulta de la reforma del papel sellado? ¿Hay algo de bueno en esa reforma? ¿Hay proporción en el modo de imponer ese nuevo recargo? ¿Hay siquiera sencillez, que es lo que ante todas cosas debe buscar la administración? Hay precisamente todo lo contrario. Tres años hace que se viene tratando de uniformar las contribuciones para darlas unidad, y cada vez se van haciendo más complicadas. ¿Puede haber unidad, puede haber sencillez en donde se establecen más de 50 clases de sellos? Cinco sellos para los contratos, nueve para los juzgados, aparte del papel de pobres y de oficios, y 15 o 20 para los libros de comercio y demás operaciones; en fin me parece que sea 57 las clases de sellos que se establecen, porque hasta el número es difícil retenerle en la memoria. Ya ve el Congreso qué buen modo de establecer la unidad.

El Sr. Ministro nos decía ayer que las contribuciones indirectas no se pueden suprimir, modificar ni reformar sin recargar las directas. Siento mucho que el Sr. Ministro de Hacienda se haya contagiado y haya entrado en el sistema de las evoluciones. Aquí todas son evoluciones: las hay en la política, las hay en todas las cosas; solo faltaba que las hiciese el Sr. Ministro de Hacienda, y ya ve el Congreso como ha empezado a hacerlas. Debemos perder toda esperanza de mejorar ningún ramo, porque lo más que se puede hacer es una evolución. Si queremos hacer algo en beneficio de una contribución, es preciso que perjudiquemos a la otra; de modo que debemos perder absolutamente toda confianza que pudiéramos tener en que se mejorasen nuestros ramos rentísticos. Pero es cosa singular. Trata este Gobierno de aumentar lo ingreso, porque ya repito que no tiene bastante con nada, a pesar de haber tenido más medios, más elementos, más tiempo para arreglar nuestra Hacienda; trata, digo, este Gobierno de aumentar los ingresos, y no se le ocurre más medio que aumentar el sacrificio de los contribuyentes, y sin duda por no tener la franqueza de establecer una nueva contribución, hace poner un sello que materialmente no vale nada allí don no hay servicio por parte del Estado.

Pues para esto se necesita poco estudio: yo soy poco competente en estas materias; no lo soy nada, y sin embargo, lo que es así, me atrevo a ser Ministro de Hacienda. Hay un déficit en el presupuesto, los gastos se aumentan por otra parte; pues aumentemos también las contribuciones; el contribuyente que pagaba tanto, que pague tanto más. La ciencia rentística está demás para esto. El Gobierno debía ver el modo de aumentar los ingresos sin imponer mayores sacrificios al contribuyente: y esto se consigue únicamente aumentando la riqueza pública y reformando los vicios de la administración. De esta manera podrán aumentarse los ingresos sin nuevos recargos para el contribuyente; pero como esto no se hace, como hace tres años que estamos oyendo decir que se harán reformas, y luego no se hacer, nos encontramos con que para aumentar los ingresos hay necesidad de recargar primero la contribución territorial, mañana la industrial, pasado mañana los aranceles, y qué se yo hasta donde vamos a llegar.

De todas maneras, y pasando a considerar esta contribución bajo otro aspecto, han de tener presente los Sres. Diputados que lo que han votado antes, y lo que votarán después, es una cosa que se va desterrando en todas partes. He oído decir que esta contribución es de importación ingles, y es preciso tener en cuenta que en Inglaterra esta contribución va perdiendo su prestigio. La prueba evidente la encontramos en el hecho de que desde el años 46 al 60 ha venido bajando esta contribución de una manera considerable.

Sólo en dos ocasiones el Gobierno inglés ha sacado de esta contribución algunos recursos que necesitaba en circunstancias críticas. Fuera de esos dos casos, el descenso constante que viene observándose en esa contribución prueba que en aquel país se va conociendo que no es buena, que no está fundada en buenos principios. Sucede también con este impuesto lo que en otras muchas cosas de España; solemos importar pronto lo malo que hacen otros países, y tardamos mucho en importar lo que hay algo mejor, para que cuando lleguemos a aplicarlo, esté ya reemplazado en otros países por otras cosas más útiles. Recuerdo que he tenido ocasión de decir aquí cuando entre nosotros empezaban a aplicarse los telégrafos ópticos, se destruían en otra parte para reemplazarlos con los eléctricos. Pues eso ni más ni menos sucede con esta contribución; cuando se va conociendo que es mala en otros países, es cuando nosotros la establecemos en España. Pero aún cuando no sucediera esto; aún cuando en Inglaterra fuera buena esta contribución, aquí sería muy mala; porque si allí donde es tan inmenso el número de transacciones puede proporcionar grandes rendimientos al Tesoro, no puede suceder lo mismo entre nosotros, que comparado con los ingleses, estamos en una desproporción bien lastimosa y bien desgraciada por cierto.

El Sr. PRESIDENTE: Sr. Diputado, ¿piensa V.S. ser aún muy extenso? Porque han pasado las horas de Reglamento.

El Sr. SAGASTA: Todavía me quedan algunas consideraciones que exponer.

El Sr. PRESIDENTE: Pues se suspende esta discusión para continuarla después.

Se levanta la sesión.

Eran las seis y media.

A las nueve de la noche, ocupando su puesto, dijo

El Sr. PRESIDENTE: Continúa la discusión sobre el voto particular al presupuesto de ingresos de los Sres. Madoz, Figuerola y González de la Vega, y en el uso de la palabra el Sr. Sagasta.

El Sr. SAGASTA: Cuando esta tarde, Sres. Diputados, empezaba a hacer uso de la palabra, y veía al Sr. Presidente del Consejo de Ministros que pronunciaba algunas por lo bajo y que me escuchaba con cierto gusto y fruición, decía yo: ¿qué pasará hoy, cuando con tanto gusto me oye el Sr. Presidente del Consejo de Ministros? Y me echaba la cuenta de que cuando el adversario me escuchaba con [1.767] tanto placer, debía hacerlo muy mal. Pero después que concluí, me enteraron de la causa.

Yo había pedido la palabra, porque me creía en el deber de hacer algunas observaciones relativamente a la cuestión de la reforma del papel sellado, en razón a que algunas poblaciones y algunos industriales y comerciantes habían tenido la honra de dirigir exposiciones al Congreso, verificándolo por conducto de mi amigo el Sr. Calvo Asensio y de mi humilde persona; y a fin de corresponder a la confianza y a la honra que se nos había dispensado, tanto el Sr. Calvo Asensio como yo pensábamos hacer algunas observaciones en este sitio. Había tomado la palabra esta tarde, y pensaba continuar haciendo uso de ella esta noche, por la razón que acabo de manifestar; pero cuando la sesión se suspendió, me dijo un compañero y amigo que el Sr. Madoz había hecho al tratar de esta cuestión, una declaración, la de que se extendería mucho en la discusión del voto particular que había presentado, porque la minoría, una vez desechado este voto particular, no trataría más de este asunto.

Declaro que no oí estas palabras, ni el compromiso adquirido por mi amigo el Sr. Madoz: si lo hubiera oído, no solo no hubiera tomado la palabra, sino que me hubiese encontrado muy bien sin tomarla, porque aparte de que no tengo nunca deseo de hablar, mucho menos le tenía en esta cuestión después de haberla tratado tan luminosamente los Sres. Madoz y Figuerola. A haberlo sabido, podíamos de este modo salir del compromiso, así el Sr. Calvo Asensio como yo, con las personas que han dirigido las exposiciones al Congreso. No había oído pues la declaración del Sr. Madoz; debió hacerlo sin duda en el momento en que yo leía el dictamen de una comisión de que los dos formamos parte. Si la hubiera oído no hubiese tomado la palabra, porque los compromisos que se adquieren por uno de nosotros son por todos absolutamente respetados: por consiguiente detengo también mis observaciones, y no diré una palabra más. Sirvan las dichas como una prueba de deferencia hacia esas clases trabajadoras y activas de la sociedad, las clases industriales y comerciales, que al dirigir sus quejas al Gobierno nos han hecho la honra de elegirnos para presentar sus exposiciones; exposiciones que tanto el Sr. Calvo Asensio como yo hemos entregado con mucho gusto; primero, porque deseamos fomentar el derecho de petición; segundo, porque las ideas que se consignan en esas exposiciones están conformes con las nuestras; y tercero, porque las exposiciones están redactadas con tanto respeto y moderación, sin atacar a nada ni a nadie, sin hacer la más pequeña indicación contra el Gobierno, a pesar de que creen que el Gobierno les perjudica con la reforma, que pueden servir de norma a todos los ciudadanos que quieran dirigirse a los Cuerpos parlamentarios. Dicho esto en honra de las clases que han representado por nuestro conducto al Congreso, concluyo, y me siento después de manifestar la razón de haber pronunciado estas breves palabras.



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